Historia es lo que nos concierne,
el resto es erudición. Lo que sigue es, básicamente, un resumen/comentario a
“La zona gris”, posiblemente el capítulo más importante de Los hundidos y los salvados
de Primo Levi. ¿Para qué leerlo hoy? Para no repetir el reclamo
histérico de
tantas personas que hacen catarsis y, en lugar de reclamar justicia o de
luchar
por una sociedad mejor, piden a los gritos sangre y venganza. Los peores
enemigos que tenemos para entender los sucesos históricos y políticos
son el
maniqueísmo, el odio, el deseo constante de tranquilidad y la pereza
mental. Y agregaría: el tratamiento de temas complejos por parte de los
medios masivos de comunicación y la industria del entretenimiento.
Estamos hablando de la voluntad
de comprender el nazismo de parte de un judío italiano deportado a Auschwitz a
los veinticuatro años, en 1944, donde sobrevivió en condiciones infrahumanas.
Estamos hablando de una persona que vio muchas de las peores atrocidades que
los seres humanos son capaces de hacerle a otros seres humanos, y que pese a
todo se esforzó por entender a sus verdugos. ¿Para que la historia no se
repita? No, porque la historia nunca se repite, y ese es el gran truco: el
crimen siguiente revestirá una forma distinta para que no lo reconozcan.
Digresión:
salvando las distancias históricas, nuestra dictadura cívico militar supo
disfrazar sus acciones criminales con los ropajes de la justicia y el afán de
lucha contra la “subversión apátrida”. No hubiese podido hacerlo sin la
complicidad de la inmensa mayoría de los argentinos. De ahí que tenga sentido
la frase de Levi: “Los monstruos existen, pero son demasiado poco numerosos
para ser verdaderamente peligrosos; los que son realmente peligrosos son los
hombres comunes”
La actitud adoptada por Levi con
respecto a los responsables del mal no es ni perdón ni venganza, sino justicia.
“No tiendo a perdonar, nunca he perdonado
a ninguno de nuestros enemigos de entonces, al igual que no me siento dispuesto
a perdonar a sus imitadores (…) porque no conozco actos humanos que puedan
borrar una falta”.
Entre nosotros, tipos que han
apoyado y defendido las mayores atrocidades, como Mariano Grondona, nos hablan
de democracia, de olvido y de perdón. ¡Ojo,
hay varios interesados en el
olvido porque no quieren que se recuerde qué hicieron, qué escribieron ni dónde estuvieron
cuando pasó lo que pasó!
Ahora bien, como dice Tzvetan Todorov
en Memorias del mal, tentación del bien:
“Tenemos la impresión de que el perdón
es, sobre todo, útil para quien lo concede, para permitirle vivir en paz; pero
no tenemos derecho a convertirlo en una exigencia general. El perdón judicial,
o amnistía, es igualmente inaceptable si se produce antes de cualquier juicio y
se refiere a actos tan graves como el asesinato, la tortura, la deportación o
la esclavización: supone suspender la propia idea de justicia en nombre de
factores considerados superiores, como la paz civil. El perdón es una opción
personal, mientras que el crimen desborda el marco privado. La falta, la
ofensa, el crimen no sólo lastimaron al individuo que fue su víctima;
quebraron, o en todo caso perturbaron,
el propio orden social, que implica la idea de justicia y de retribución”.
Levi tampoco cree en la venganza,
ya que no arregla nada, sino que añade nueva violencia a la violencia
precedente, en un movimiento pendular que se amplía con el tiempo en vez de
amortiguarse.
EL DESEO DE SIMPLIFICACIÓN
Lo que entendemos por comprender
coincide, muchas veces, con “simplificar”: si no redujéramos el caos del mundo que nos rodea,
según Primo Levi, sería “un embrollo
infinito e indefinido que desafiaría nuestra capacidad de orientación y de
decidir nuestras acciones. Estamos obligados a reducir a un esquema lo cognoscible”.
La tendencia al esquematismo, como
forma de economía del pensamiento o de necesidad pedagógica, afecta la manera en
que percibimos la historia. Al abordar los acontecimientos históricos, solemos huir
de la complejidad, de las medias tintas; nos inclinamos a reducir el caudal de
los sucesos humanos a los conflictos, y el de los conflictos a los combates
entre dos adversarios claramente diferenciados: nosotros y ellos, unitarios y
federales, peronistas y antiperonistas, nacionalistas y liberales.
Según Primo Levi: “el deseo de simplificación está justificado;
la simplificación no siempre lo está”. Y es que la mayor parte de los
sucesos históricos y naturales no son nada simples, o no tienen la simplicidad
que desearíamos que tengan.
“En quien lee (o escribe) hoy la
historia de los Lager es evidente la tendencia, y hasta la necesidad, de
separar el bien del mal, de poder tomar partido, de repetir el gesto de Cristo
en el Juicio Final: de este lado los justos y del otro los pecadores. Y, sobre
todo, a los jóvenes les gusta la claridad (los cortes definidos); como su
experiencia del mundo es escasa, rechazan la ambigüedad”.
Y acá viene algo que es central:
Levi nos dice que los mismos prisioneros que recién ingresaban al Lager, creían
estar entrando a un mundo terrible pero descifrable, donde los enemigos estaban
claramente diferenciados. Sin embargo, dentro del universo concentracionario,
el “nosotros” perdía sus límites, “los
contendientes no eran dos, no se distinguía una frontera sino muchas y
confusas, tal vez innumerables, una entre cada uno y el otro. Se ingresaba
creyendo, por lo menos, en la solidaridad de los compañeros en desventura, pero
éstos, a quienes se consideraba aliados, salvo en casos excepcionales, no era
solidarios: se encontraba uno con incontables mónadas selladas, y entre ellas
una lucha desesperada, oculta y continua. Esta revelación brusca, manifiesta
desde las primeras horas de prisión –muchas veces de forma inmediata por la
agresión concéntrica de quienes se esperaba que fuesen los aliados futuros-,
era tan dura que podía derribar de un solo golpe la capacidad de resistencia.
Para muchos fue mortal, indirecta y hasta directamente: es difícil defenderse
de un ataque para el cual no se está preparado”.
La finalidad principal del
sistema consistía en destruir la
capacidad de resistencia del adversario, de ahí que Levi titule su primer libro Si esto es un hombre. ¿Acaso una persona loca de hambre y sed, tatuada y rapada,
esquelética, rodeada de muerte y dolor, al ser rescatada por los soldados
aliados, era realmente un ser humano?
Los prisioneros nuevos,
comúnmente, eran maltratados por los más viejos. Borges dijo que la humanidad
consiste en ser partes de una misma penuria. Pues parece que no se cumplía el
sentimiento de humanidad en individuos deshumanizados. La ausencia de
solidaridad entre oprimidos, nos dice Levi, era una fuente de dolor adicional.
“(…) la multitud despreciada de los ‘antiguos’ tendía a ver en el
recién llegado un blanco en quien desahogar su humillación, a encontrar a su
costa una compensación, a crear a su costa un individuo de menor rango a quien
arrojar el peso de los ultrajes recibidos de arriba”.
La siguiente reflexión de Primo Levi me parece fundamental:
“Es
ingenuo, absurdo e históricamente falso creer que un sistema infernal, como era
el nacionalsocialismo, convierta en santos a sus víctimas, por el contrario,
las degrada, las asimila a él, y tanto más cuanto más vulnerables sean ellas,
vacías, privadas de un esqueleto político o moral”.
No existe un
espacio vacío y tajante entre víctimas y victimarios. Según Levi, el espacio
está “constelado de figuras torpes o
patéticas (a veces poseen al mismo tiempo las dos cualidades) que es
indispensable tener presentes si queremos conocer a la especie humana, si
queremos poder defender nuestras almas en el caso de que volvieran a verse
sometidas a otra prueba semejante o si, únicamente, queremos enterarnos de lo
que ocurre en un gran establecimiento industrial”.
Otra cuestión: los prisioneros
privilegiados eran minoría en el campo, pero fueron mayoría entre los
sobrevivientes. El mismo Levi es un ejemplo, dado que sobrevivió en gran medida
gracias al hecho de trabajar como químico y no como un peón sin cualificación.
“Consumidas en dos o tres meses las reservas fisiológicas del
organismo, la muerte por hambre o por enfermedades causadas por el hambre era
el destino habitual del prisionero. Sólo podía evitarse con un suplemento
alimenticio y, para obtenerlo, se necesitaba tener algún privilegio, grande o
pequeño; es decir, un modo conferido o conquistado, astuto o violento, lícito o
ilícito, de elevarse por encima de la norma”.
Otra cuestión, que contrasta con
el imaginario hollywoodense de los esclavos y las víctimas revelándose
valientemente contra los invasores, los alienígenas o los amos despiadados: “cuanto
más dura es la opresión, más difundida está entre los oprimidos la buena
disposición para colaborar con el poder. Esa disposición está teñida de infinitos matices y motivaciones:
terror, seducción ideológica, imitación servil del vencedor, miope deseo de
poder (aunque se trate de un poder ridículamente limitado en el espacio y en el
tiempo), vileza e, incluso, un cálculo
lúcido dirigido a esquivar las órdenes y las reglas establecidas”.
Los prisioneros que tenían algún
tipo de privilegio, luchaban por conservarlo, aunque fuera mínimo: barrenderos,
lavaplatos, guardias nocturnos,
hacedores de camas, detectadores de piojos y sarna… Rara vez eran violentos,
pero tendían a crearse, según Levi, una mentalidad corporativa, y a defender
con energía su “puesto de trabajo” contra quienes, desde abajo, trataban de
quitárselo.
LA PELOTUDEZ DEL ENANO FASCISTA
QUE ANIDA EN CADA SER HUMANO
Se ha hablado mucho sobre la
identificación entre víctima y verdugo, sobre el síndrome de Estocolmo… varios
enfoques son serios y fundamentados. Sin embargo, hay una popular gansada que
indica que en cada uno de nosotros anida un “enano fascista” que convive con nuestro Pepe Grillo copado y dialoguista.
Levi se alza con vehemencia
contra la visión que intenta borrar las fronteras entre víctimas y
victimarios. Por caso, cineastas como Liliana Cavani, autora de la
controvertida película
Portero de noche, que pretende evocar la vida de los campos. Tratando de
explicar el sentido de su obra, Cavani declaró: “Todos somos víctimas o asesinos y aceptamos esos papeles
voluntariamente. Sólo Sade y Dostoievski lo han comprendido bien”.
El tipo deja muy clara su
discrepancia: “(…) no sé, ni me interesa,
si en mis profundidades anida un asesino, pero sé que he sido una víctima
inocente y que no he sido un asesino; sé que ha habido asesinos y no sólo en
Alemania, y que todavía hay, retirados o en servicio, y que confundirlos con
sus víctimas es una enfermedad moral, un remilgo estético o una siniestra señal
de complicidad; y, sobre todo, es un servicio precioso que se rinde (deseado
o no) a quienes niegan la verdad”.
Para finalizar, les copio otro fragmento que es central:
“Haber concebido las Escuadras ha sido el
delito más demoníaco del nacionalsocialismo. Detrás del aspecto pragmático
(economizar hombres válidos, imponer a los demás las tareas más atroces) se
ocultan otros más sutiles. Mediante esta institución se trataba de descargar en
otros, y precisamente en las víctimas, el peso de la culpa, de manera que para
su consuelo no les quedase ni siquiera la conciencia de saberse inocentes”.
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